martes, 10 de abril de 2012

Capítulo 2


La llegada al valle

Tras cuatro horas de un largo y pesado viaje, aterrizamos en un humilde aeropuerto. Yo estaba ahora sentada en una incómoda silla de plástico en una amplia sala de espera, rodeada de carteles ligeramente luminosos que anunciaban la llegada de los otros vuelos. La nada me rodeaba, no había ni un alma en aquel lugar, sólo un par de camareros recogiendo en un bareto de bocadillos de la esquina, allá a lo lejos.
Unas amplias ventanas a mi derecha, que ocupan casi toda la pared, dejan ver una interesante vista: hierba  ondeando en el suelo, pequeños campos de flores silvestres, un extenso bosque en la lejanía, y como colofón final, a la izquierda un amplio lago con unas cuantas barcas ancladas en su costa. Precioso, no obstante, todo esto no logaba hacer mejorar mi ánimo, ni un poco.


-Es el Lago Riston, el más grande de esta zona, no encontrarás un valle más bonito, joven.-Me dice, sobresaltándome, una anciana que ni había escuchado llegar, pese a que llevaba una ruidosa silla de ruedas bajo sus posaderas.
-Eh...-Murmuro sin saber muy bien qué responder.-Por supuesto, es un  sitio muy...relajante.
-¡Sí, si!-Exclama la mujer entre risas.-Estos jóvenes de hoy día, siempre teniendo que ir a relajarse de sus complicadas vidas, si tuvieras que haber vivido en mis años verías lo que era una vida dura, niña.
Por alguna razón no sé encajar su comentario, puedo darme por ofendida por restar importancia a mis problemas cuando no los conoce, o reírme con ella de mis propios pensamientos melodramáticos. Al final opto por lo segundo y la anciana consigue, por fin, robarme una sonrisa.
-¡Ves! Así estás mucho más guapa, te favorece sonreír.-Dice alagándome.-Yo tengo un nieto como tú, un chiquillo que no hace más que mirar sus problemas adolescentes y no saber que hacer con ellos. Yo creo que se toma la vida demasiado a pecho.
-Yo opino, que si no sientes que la vida te pasa rápido, es porque no la estas viviendo bien.-Le comento, a la par que me acomodo en el molesto asiento en el que estoy sentada.
-¡Así se dice mujer!- Dice la viejecita dándome unos fuertes golpes en el hombro con sus delgadas manos, de hecho, creo que tan fuertes que me van a dejar marca después.-Pero aquí no se puede hablar con tranquilidad, ¿crees que puedes venir a mi casa? No te preocupes por mi nieto, seguro que está arreglando ese viejo cacharro del garaje, ¡y cuando entra ahí no lo saca nadie!
-Pero...-Digo temerosa. Me han educado para desconfiar siempre de los extraños, como a todo el mundo, en la ciudad cualquiera no te invita a su casa a tomar el té y comer pastas con sabor a manteca, pero por lo visto en este pueblo sí.
-¡Te lo aseguro! Si eres tímida tranquila, a no ser que tengas claxon y ruedas no te va a hacer ni caso.-Bromea la mujer entre risas, que terminan en estridentes toses que me preocupan.-Tranquila, la tos es por el tabaco, fumo como un carretero, ¡y mírame! Tengo setenta y cinco años y sigo de pie.-Comenta haciéndome reír.
-Tengo que hablarlo con mi padre, si no le importa.-Le digo finalmente, arriesgándome a que sea compinche de algún secuestrador de jovencitas de dieciséis años.
-Venga mujer, te acompaño. Y no me trates de usted, ¡me hace mayor de lo que soy! -Me responde la señora sonriendo ampliamente.
Bueno, ahí vamos las dos, cara a mi mal humorado padre, que intenta conseguir un billete a L.A en un pueblecito casi incomunicado con el mundo.
-Papá.-Le digo tranquilamente al acercarnos a él.- Esta es la señora...-Digo mirando a mi nueva acompañante pueblerina.
-Esteben, soy la señora Gracia Esteben, encantada de conocerlo señor Croward.- Saluda ella, mientras estrecha la ancha mano de mi sorprendido padre.- Tiene usted una hija preciosa, ¡y muy educada! No todos los jóvenes de su edad se paran a charlar con una vieja como yo.- Dice mirándome de reojo mientras hace halagos a mi padre acerca de mi.
-Sí, si señora. Nuestra Diana es una chica muy formal.-Dice con una forzada sonrisa, a la par que me mira de forma interrogante. Sé que se está enfadando por meterlo en aquel aprieto, pero es mi pequeña venganza.
-Estaba ofreciendo a su Diana.-Dice la mujer con un brillo escéptico en la mirada.-venir a continuar nuestra conversación a mi casa, si a usted no le importa señor Croward. La chica me ha contado que acaba de mudarse aquí. Si no le parezco entrometida, permítame la pregunta: ¿Se quedará usted aquí con ella?- Continúa la señora de forma muy atrevida, no sé si se ha dado cuenta de la situación, pero está poniendo los pies en un tema un tanto peligroso.
-No señora, no me quedaré. Y no creo que Diana pueda ir a su casa a tomar té, o lo que sea...-Responde mi padre con una galante sonrisa, pero murmurando la última parte de la frase.- Me temo que va a seguir sus estudios en el Internado Norte, así que no va a poder ser, tiene que estar allí cuanto antes. ¿Verdad Diana?- Continúa mi padre, ahora mirando hacia mí de forma desaprobadora.
-Pero papá.-Le contesto yo con gesto apenado e imagen de niña consentida.-Piensa que tú vas a irte a L.A y mamá se queda en Nueva York, me voy a sentir muy sola sin vosotros, ¿no podría ir a casa de la señora Esteben para ir integrándome en el pueblo?-Sigo diciendo yo de forma pícara, metiendo a mi padre en un auténtico aprieto, en el que sólo puede negarse descaradamente o aceptar la invitación, que es lo que yo quiero, sólo para hacerle pasar un mal trago.
-No se preocupe señor Croward, la niña estará en el colegio enseguida. Mi nieto Julen da clases en el mismo lugar, no irán a la misma clase, pero podemos llevar a Diana cuando vayamos a dejarle a él allí.-Le comenta Gracia con una amable sonrisa, a juego con la mía, a la que mi padre, tras hecharme una ojeada por el rabillo del ojo, no puede resistirse.
-De acuerdo.-Dice resignándose mientras me coge del brazo para evitar que me vaya todavía con la mujer.-Pero, por favor, asiste  a clase y ve con mucho cuidado, no la conocemos, por mucho que jure que es del pueblo, y aunque lo fuera. ¿Vale, Diana?- Me dice en un preocupado susurro mientras la señora se encabeza lentamente hacia la salida.
-Sí, no te preocupes papá, me andaré con cuidado.- Le prometo mientras le doy un ligero beso en la mejilla y un apretón en la mano. Le he dejado un poco más tranquilo.
Y así comienzo mi camino hacia la misteriosa mujer de silla de ruedas, preparada para pasar una estupenda tarde de mayo tomando té con pastas, charlando de temas banales e intentando empezar con buen pie mi vida en este diminuto pueblo. Lo más llamativo es que, mientras alcanzo por fin a mi nueva acompañante, me descubro preguntándome, a mi sorpresa, cómo sería el nieto de  la señora Gracia Esteban.
Durante el camino a pie desde el aeropuerto hasta el centro del pueblo puedo adivinar cómo será mi nueva rutina aquí, una vida totalmente distinta a la que he tenido. Por las mañanas levantarme y tomar un abundante desayuno: tostadas con mantequilla, un baso considerable de zumo acompañado de otro más grande aun de leche, al terminar,  asistir a las clases del internado del Norte, y tras estas, adentrarme por en medio de los campos de hierva alta, deseando perderme por ellos, y si dejo mi imaginación volar, encontrando un misterio inexplicable, un ser fantástico o un príncipe azul. Yo siempre tan soñadora, pero como bien he dicho, esto forma parte de la imaginación y los sueños. Y pese a que esta forma de vivir parece un tanto cursi, tras las discusiones que ha habido en mi casa, reconozco que no es algo tan maquiavélico e inaguantable como me esperaba.



Si las personas que creen conocerme supieran esto que ahora he afirmado, estarían totalmente seguros de que se trata de otra persona, y no de mí.
Y sin embargo, lo que no conocen es que, tras el muro de Berlín que rodea la personalidad verdadera de una servidora, se esconde un infantil e impresionable corazoncito.
Entonces, el terrible dolor punzante de la planta de mis pies me hace volver al mundo real, una vez más. He de reconocer que el camino pedregoso que lleva hasta la parte mas transitada del pueblo, espero que ya asfaltada, es bastante agotadora, y unas sandalias de piel dura, numerosas hebillas y suela de plástico no son el mejor calzado para vivir en este lugar. Tendré que anotarlo como nota mental para un futuro próximo y no separarme ni por un segundo de mis abandonadas deportivas; como bien dice la gente, no hay mal que por bien no venga, por fin haré uso del regalo de  navidad de mis padres.
Conforme empezamos a encontrarnos con gente me doy cuenta del estilo de este lugar. La gran mayoría de gente parece sacada de una película de indios y vaqueros, y pese a que llevan prendas modernas, todos ellos desprenden un aura extrañamente afable y unas formas muy “countries”  para ser de este siglo. Obviamente mi nuevo estilo punk aquí, como diría mi madre, es como una mancha de tomate en medio de un vestido nuevo de fiesta, es decir: llamativa, exagerada y absolutamente censurable. Y como es de esperar, no me importa lo más mínimo, al fin y al cabo, según me ha informado mi padre durante nuestro viaje, en el internado todo el mundo lleva uniforme, y quedan prohibidos piercings y demás cosas similares, en resumen, lo único que quedará de mi silenciosa rebelión es mi pelo, acompañado de mi siempre original actitud.
Nada más atravesar el porche de la rustica casa de la señora Gracia me invade un olor a margaritas y rosas, y no puedo evitar pensar que podría haber sido peor. Y entonces un escandaloso grito me saca de mi estado de “relax”.
-¡¿Abuela?!-Chilla un muchacho joven de voz rasposa.
La aludida suspira resignada y comienza a protestar, más para sí misma que para otros.
-Desde que ha empezado a cambiarle la voz sus gritos son más insoportables todavía, es igual que era su padre.-Comenta mientras alcanza un bastón con la mano y empieza a caminar lentamente hacia donde, intuyo, se encuentra su nieto. Como yo no sé tampoco dónde mirar, ni dónde quedarme, me limito a seguirla.
La casa desde fuera tenía un aspecto acogedor y daba la impresión de un hogar pequeño, pero sin embargo estaba distribuida de forma para que pudiera tener amplias habitaciones, todas con vistas al extenso jardín que rodeaba la casa, y allá al fondo un espeso bosque, donde terminaba el pueblo. Contaba con dos pisos, en el primero se encontraba la cocina, con numerosos cacharros, antiguos muebles, quizás alguno que otro ya para renovar, pero estaba bien decorada y tenía una silbante tetera al fuego. También contaba con un salón comedor en el que se encontraba una larga mesa de cedro, decorada con un mantel del mismo tipo de decoración que el resto de la casa, y unas flores recién cortadas, depositadas en un jarrón con agua, hacían de centro de la mesa, en otra zona de la casa, había un despacho que hacía veces de biblioteca, con grandes estanterías a rebosar de libros, muy antiguos y a la par muy nuevos; si me hubieran jurado que allí se encontraban todos los libros del último siglo y más atrás, lo habría creído. Y por último, una pequeña habitación con un par de estantes, un ancho sofá floreado (muy “ortera”) y una pequeña televisión, ya un tanto anticuada.
Por otro lado, en el segundo piso se encontraban las habitaciones, una de ellas, en la que me encontraba yo ahora, tenía una inmensa cama de matrimonio frente a la puerta en la que un amplio ventanal hacía de cabecero, con un armario empotrado que ocupaba casi toda la pared derecha, y a su izquierda, un tocador de pino oscuro, con un gran espejo y muchos botes de perfume de distintos olores, incluso uno en concreto que, debido a su desagradable olor, pude identificar como algo similar a la naftalina. Un lavabo, que se encontraba entre las dos habitaciones, desprendía un ligero olor a lavanda, los muebles eran, a diferencia del resto de la casa, de roble, claros y finos, a juego con la pila y la onda bañera, a la derecha de la habitación; pude observar que los azulejos tenían pequeñas gotitas de agua, y el espejo aun estaba empañado con algo de vapor, no había duda de que era el rastro de que alguien acababa de darse un largo baño de burbujas, como poco.
Tras de mí entró la mujer a echar un a ojeada frunciendo el ceño, y a toda prisa de dirigió hacia la habitación contigua, donde la música moderna de algún reproductor casi hacía tambalear las paredes de la casa. No estaba muy segura de si quería ser testigo de la escena que se avecinaba.

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