La llegada al valle
Tras
cuatro horas de un largo y pesado viaje, aterrizamos en un humilde aeropuerto.
Yo estaba ahora sentada en una incómoda silla de plástico en una amplia sala de
espera, rodeada de carteles ligeramente luminosos que anunciaban la llegada de
los otros vuelos. La nada me rodeaba, no había ni un alma en aquel lugar, sólo
un par de camareros recogiendo en un bareto de bocadillos de la esquina, allá a
lo lejos.
Unas
amplias ventanas a mi derecha, que ocupan casi toda la pared, dejan ver una
interesante vista: hierba ondeando en el
suelo, pequeños campos de flores silvestres, un extenso bosque en la lejanía, y
como colofón final, a la izquierda un amplio lago con unas cuantas barcas ancladas
en su costa. Precioso, no obstante, todo esto no logaba hacer mejorar mi ánimo,
ni un poco.